Lo que nos espera no lo sé; una despedida es nuestra herencia; la estación muere temporalmente y hasta que resucite también nosotros debemos morir. A todos los que perecen, a todos los que pierden, adiós; al desconocido, al viajero, al desterrado les digo adiós; a los arrepentidos y jueces, adiós; a la juventud pensativa y estruendosa, adiós; a los niños amables y a los hijos de la ira, a los que tienen flores en los ojos, de tristeza o enfermedad, un tierno adiós.
Carta de A. Ginsberg a J. Kerouac, 1945
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