martes, 3 de febrero de 2015

¿Qué hombre pueden poner ante mis ojos, sea cual sea su condición, que no transporte consigo su fardo de mierda y su botella de orina que por sus mismas venas corre? Los más, aunque se las den de lindos, tienen las tripas atiborradas de lombrices; muchos de esos que a todos gustan (y muchas, para equilibrar el otro plato de la balanza) están infestados de piojos; a uno le hieden los sobacos, a otro los pies, a la mayoría la boca. Cuando reparo en estas cosa, ¿a qué mortal (atendiendo a su cuerpo) puedo guardar afecto? ¡Bah! Un cachorro de perro o un chivito resulta más limpio y aseado. Si atiendo al alma, ¿cuál de los seres animados es más traidor, perverso y falso que el hombre? 'Pero yo prescindo de las facultades sujetas a las pasiones y me propongo amar el entendimiento'. De acuerdo, pero ¿qué entendimiento hay más puro que el divino o más elevado o más certero a la hora de enseñar la verdad? Están de libros llenas las bibliotecas, las almas desnudas de ciencia. Copian, no escriben. No son ingenios lo que nos falta sino otra cosa. ¿Que más cabe esperar, pues, de mi trato con los hombres? ¡Charlatanes, avaros, mentirosos, intrigantes! Señaladme con el dedo a uno solo que en una época tan rica en recursos como la nuestra y teniendo a mano instrumentos tan útiles como la imprenta, haya escrito ni la centésima parte de las invenciones de Teofrasto y cambiaré de opinión. Todo al contrario, con sus pamplinas (que si aquí dice o ó'v) empañan los valiosos y estupendos hallazgos del griego. Estas cuestiones no tienen que ver nada con la realidad: los descubrimientos se deben a la calma y al sosiego y a la reflexión continuada, unida a la experiencia, cosas todas que acompañan a la soledad, no al trato con los hombres, tal como se sabe desde tiempos de Arquímedes...

Gerolamo Cardano, De propia vita

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